Las vistas
desde mi burbuja eran maravillosas. A una altura de 50 metros sobre el suelo,
la burbuja se balanceaba y avanzaba lentamente sobre el aire. Ya estaba
sobrevolando el bosque y no veía nada fuera de lo normal. Veía algunas sombras
sigilosas y rápidas, apenas perceptibles, nada de aves sobrevolando el cielo, sólo
pequeños mamíferos y algunas panteras, animales que nunca había visto pero que
tampoco podía contemplar muy detenidamente debido a la distancia que me
separaba del suelo. Esos animales los reconocía porque los había estudiado,
había algunos animales que no sabía lo que eran porque no los había estudiado.
De alguna manera, agradecía no estar al alcance de esos devoradores. Estaba a
salvo. Mis ojos llevaban ya un buen rato escudriñando las profundidades del
bosque; los árboles me dificultaban la tarea pero mi vista llegaba a límites
insospechados, era una de las cualidades que teníamos desarrolladas para poder
sobrevivir.
Podría haber llevado fácilmente unas
dos horas y no obtenía resultado, pero no tenía reloj, así que la luna era la
única que me podría decir el tiempo que llevaba allí. Tenía sueño, mucho sueño,
mis ojos se estaban cansando, pero mi corazón era muy testarudo y quería
encontrar a Sabina, por otra parte, mi cerebro decía que estar allí era muy
peligroso y que tendría que irme antes de que me pillaran. Cuando apenas
quedaba media hora para el amanecer decidí abandonar. Llegué muerta de sueño a
mi casa, me colé desde la ventana de mi cuarto, rompí la nota y la tiré a la
papelera y me dejé caer sobre la cama. En apenas unos segundos ya estaba
dormida.
Me despertó una mano que me agitaba y
me susurraba:
-Cariño, despierta, ¿te pasa algo? ¿Has
dormido bien? –me desperecé como pude y pregunté:
-¿Qué pasa?
-Es muy tarde, tu padre, tu hermano y
yo estamos a punto de comer y tú aún no has desayunado. Venga, cielo, no sé por
qué tienes tanto sueño si ayer te acostaste pronto. –La parte de que tenía
sueño era totalmente cierta, estaba muerta de sueño, apenas me podía sostener,
pero la parte de que me había acostado pronto…no era realmente cierto. Me había
acostado pronto pero no me había dormido hasta el amanecer debido a mi escapada
que había fracasado. Parece ser que esto de buscar a la gente no se me daba
bien.
-Ay, mamá, es que he tenido pesadillas.
-¿Qué clase de pesadillas? –tuve que
improvisar para cubrir la mentira. Nos sentamos a desayunar y yo estaba con
cara de zombi.
-Pues soñé que los humanos nos
invadían, que lo arrasaban todo y que mataban a Sabina delante de mí…-empecé a
llorar, intentando que todo pareciera creíble, aunque el hecho de que Sabina
estuviese desaparecida hacía que mis lágrimas cayeran a borbotones. Mi madre me
abrazó y dijo:
-Oh, cariño, eso no se puede cambiar,
pero no te preocupes todo saldrá bien…todo saldrá bien…-susurró más para
convencerse a ella misma que a mí. Mi hermano y mi padre nos miraban
compasivamente y decidí que tenía que irme a mi cuarto.
-Déjame sola, mamá, tengo que pensar en
todo esto.
-La noto algo rara…-logré oír a mi
padre mientras yo me iba.